lunes, 12 de noviembre de 2007

Bruma, una historia de amor sobre el frio lecho de la noche

Ella era hermosa y radiante. Era como la hija de Selene asomandose en la noche profunda. Con su sonrisa iluminaba senderos y almas, inspirando los cantos de las musas y los versos con los que se escribe el destino. ¿Como no iba él a enamorarse de semejante criatura? Tan suave y delicada como la luz de la luna pero, a la vez, tan enigmática como la noche.

Él, un pobre tonto perdido entre fantasías, soñando con historias de duendes y hadas, con mundos fantásticos y pensamientos antiguos...¿Qué puede hacer un soñador para dejar de perseguir sus desvaríos? Sin embargo, contra todo pronostico, su amor floreció. Sin saber como ni porqué, cruzaron una mirada. Una sola bastó para que ambos entendieran que no había un antes ni un después...solo el ahora. Era como si todo hubiera caido en su lugar. Sin pensarlo mucho, comenzaron a hablar. Al principio torpemente pero no tuvieron que esperar mas que unas horas para darse cuenta de que, en realidad, se conocían de toda la vida.

A medida que los dias pasaban, su amor se intensificaba. Cuando estaban juntos, no existía la tristeza. En esos momentos, los problemas se desvanecían y daban paso a praderas interminables de inmenso gozo, paisajes asombrosos que convertían las palabras en risas y las agujas en suaves plumas que bien hubieran podido confundirse con la seda. El verdadero paraíso, el verdadero sentido de una vida.

Entonces, ocurrió la desgracia. El tiempo, siempre implacable, se encarga de acabar todo lo que inicia. El crudo invierno logró privar de la salud al joven soñador. Al principio fue solo una pequeña molestia pero, después, se convirtió en una terrible enfermedad que fue acabando poco a poco con la vida del pobre muchacho. Su dia estaba marcado. Ni todos los doctores ni todos los remedios fueron capaces de ganarle terreno a su cruel enemigo. Pronto, se dio cuenta de que su fin llegaría a pesar de sus esfuerzos. En el sopor de la muerte, no podía soportar ver la tristeza en el rostro de su amada. Su novia estaba desconsolada. Si tenía una sola razón que él considerara válida para suplicar por su vida, era la de proteger a aquella a quien quería más que nada, de un sufrimiento tan grande como el que le causaría su inminente deceso. La llamo a su cama y, entre llantos, le suplico que lo olvidara. "Ojala jamás me hubieras conocido", él le decía, "a mi corazón le hubiera bastado con solo mirarte desde la distancia si hubiera sabido que tanto sufrimiento te causaría".

La muerte transcurrió y un frio silencio cayó sobre la pobre chica. En un momento, veinte años pasaron sobre su rostro. A medida que sus lágrimas fluían, el cuerpo que abrazaba se enfriaba. Aparecían sobre él los signos de la muerte. Rezó y gritó enfurecida y sollozante. Pidió con todas sus fuerzas que regresara su amado, que milagrosamente se recuperara de la muerte...pero sus gritos solo hacian eco en las paredes y se clavaban cual puñales en los corazones de aquellos que oían las impotentes súplicas de la joven mujer.

El funeral, fue desolador. No había quien pudiera resistir ver el rostro de aquella joven mientras su amado era bajado a una fría tumba. La noche había consumido todas sus lágrimas pero a pesar de ello quería seguir llorando. Sus amigos y familiares, tanto de ella como del difunto, intentaron lo que pudieron para animarla. "¡Levantate!, la vida sigue", exclamaban constantemente (aunque sin mucha convicción), pero no había forma de sacar de su alma la tristeza que la invadía. Si todo seguía así, pronto se iría también ella.

Pasaron un par de semanas y, a principios de noviembre, una carta se deslizó por debajo de la puerta de la habitación de desconsolada novia. El sobre, sin mayor signo distintivo que su brillante blancura, no tenía remitente. La joven lo abrió, y no pudo reprimir una expresión de asombro. El texto era tan hermoso que le recordaba el olor de las rosas en el fresco de mañana. Cada palabra la transportaba a aquel lugar que en otros tiempos visitara con su amante hoy perdido. Era una declaración amorosa. Su asombro, se convirtió rápidamente en enojo. ¿Cómo era posible que alguien se le declarara cuando acababa de perder al amor de su vida? Rompió la carta con furia y se recostó en su cama para esperar que el sueño la invadiera. Fue entonces, justo antes de cerrar sus ojos, que una duda la invadió...¿por qué de pronto se había desvanecido su llanto?

Al dia siguiente despertó bien entrada la mañana y salió de su habitación. Por primera vez desde el funeral, había salido a desayunar con su familia. Todos la recibieron animadamente, aliviados de que por fin comenzaba a superar el duelo. Al preguntar sobre la carta que le habían echado por debajo de la puerta, nadie le supo dar respuesta. "Debió ser un sueño", pensó al no encontrar los pedazos que ella estaba segura de haber dejado en el suelo de su habitación. El día transcurrió sin más novedad. Esa noche, por alguna razón y a pesar de que aún sentía una inmensa tristeza, no tuvo necesidad de llorar y pudo dormirse pronto.

Amaneció temprano la mañana que siguió, para encontrarse con la sorpresa de que una nueva carta descansaba sobre la mesa de noche que tenía junto a su cama. La letra era la misma que la anterior. Nuevamente, una declaración amorosa saltó ante sus ojos y, al igual que la carta anterior, su indignación se encargó de destruirla. Esta vez salió con los pedazos rotos en sus manos para mostrar las pruebas de que alguien estaba queriendo engañarla pero, cuando los vio detenidamente, se dió cuenta que todos estaban en blanco. No había una sola mancha de tinta en ellos. Sin pensarlo mucho, decidió no decir nada, imaginando que tal vez estaba perdiendo la cordura.

Y así pasaban los dias. Cartas y cartas aparecían a todas horas, todas distintas pero todas hermosas. A medida que leía las palabras, su tristeza se le iba olvidando. Poco a poco fue superando su pérdida. Extrañamente, nunca se preguntó quien mandaba las cartas ni como desaparecían antes de que una nueva llegara. Cada carta se llevaba algo de su inmensa carga hasta que llegó el punto donde, sencillamente, sintió las ganas de sonreír. Sonreír como nunca lo había hecho. Sus padres, algo asustados por su repentino cambio de ánimo, le preguntaron si ya no estaba triste por la muerte de su novio. A sus interrogantes, ella solo pudo atinar a responder: "¿Quién?". Ese dia, las cartas dejaron de llegar.

"Está hecho", le dijo una sombra a un hombre vestido de negro afuera de la casa de la joven, "he entregado todas tus cartas". Era ya entrada la noche y ambos se dirigían hacia el cementerio. La sombra, era un negro cuervo posado sobre el brazo del hombre. "¿Qué tenían las cartas que llevé?" preguntó el cuervo. "Llevaban los momentos mas felices de mi vida pequeño amigo, se los regalé todos a la persona que me los brindó en primer lugar", le contestó el hombre, "tu señor me dijo que podía intercambiar todos mis recuerdos felices por cualquier recuerdo triste de ella...no me importa cargar con su tristeza si con eso ella vive feliz". El cuervo guardó silencio en señal de respeto y voló hacia la luna llena justo en el instante que el hombre encontró la lápida que marcaba el sitio donde su cuerpo aún yacia.

Mirando la fria lápida, aquel muchacho otrora soñador no pudo evitar esbozar una melancólica sonrisa. Estaba recordando ese rostro, aquel que tantas veces había anhelado y que tanta paz le había traido a su alma. Ahora, solo podía sentir como la tristeza lo consumia al tener que alejarse para siempre de ella...pero prefería él cargar con ese peso que dejarlo en los brazos de su amada. Es así como, en una tranquila noche de invierno, entre los cantos nocturnos de una lechuza y el armonioso danzar de la bruma a traves de las tumbas, ocurrió esta historia de amor sin tiempo. Ahí, bajo el cálido abrazo de la luna llena (todavía esbozando en su rostro su última sonrisa) su esencia se desvaneció, dejando tras de si una leve estela plateada que, rápidamente, se confundió con la niebla...así como los recuerdos se confunden con el tiempo.

FIN

Nota del Autor: Este es mi último encuentro (por lo pronto) con el romanticismo. Quiero escribir algo más jovial (o incluso más profundo), algo que me separe un poco de esta tendencia que tengo a escribir cuentos...mmm...tristes. Sale, es todo.

No hay comentarios.: