miércoles, 2 de mayo de 2007

Actua con Inteligencia

Paseando por internet encontre esta informacion que me pareció interesante y que me gustaria compartir con todos, tal vez sea parte de la solución a muchos de nuestros problemas, dependiendo como lo enfoquemos, lo que sigue acontinuación es una copia fiel de la original, espero les agrade.

"La inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los conocimientos en la práctica". Aristóteles

Inteligencia: «Cualidad intelectual que atribuimos a los que están de acuerdo con nosotros»
Ignorante: «Persona que no sabe y alguien se dio cuenta que no sabe»

Ya en la escuela nos contaban que lo que distingue a los seres humanos de los animales es la inteligencia. Nuestra inteligencia es racional, esto es, capaz de aplicar la razón, que es lo mismo que decir que tenemos capacidad de discurrir, de pensar fundadamente. Un gato, un caballo o una lagartija poseen inteligencia pero no discurren racionalmente. Lamentablemente, la historia de la humanidad no siempre ha estado a la altura de esta diferencia. Sin duda estamos dotados de inteligencia y razón pero no siempre las aplicamos y, en más de una ocasión, los gatos, los caballos y las lagartijas se han demostrado bastante más inteligentes que nosotros. Hay quien incluso considera, y con razón, que tener inteligencia y no aplicarla es mucho peor que no tenerla.

En cualquier caso, y aunque a veces parece que los seres humanos tiendan al mismo fin que los dinosaurios y posean una inteligencia que no pueda pagarse con dinero (por aquello de que no existe una moneda lo suficientemente pequeña), la deriva no eclipsa por completo el resultado final. El ser humano ha realizado grandes proezas y muchos filósofos han gosado aquellas “virtudes intelectuales” de las que hablaba Aristóteles, las que residen en esa parte del alma que es la parte racional y son las que nos imponen hacer el «bien»: la prudencia y la sabiduría.

Nuestra inteligencia y razón, aplicadas a la ciencia y la tecnología, han catapultado a las sociedades ricas del siglo XXI hasta una expectativa y una calidad de vida sin precedentes. Pero tal aplicación no siempre se ha hecho con prudencia y sabiduría. El resultado es evidente: junto a (o dentro mismo de) esas sociedades ricas, millones de personas tienen sus necesidades básicas sin cubrir, padecen situaciones de violencia extrema o viven sin las libertades mínimas garantizadas. Es más, ambas realidades, la opulenta y la desheredada, están intrínsecamente ligadas, de tal forma que nuestro comportamiento y actitudes en el llamado primer mundo tiene un efecto directo en el segundo, el tercero y el cuarto. Probablemente esta sea la principal conclusión que se pueda extraer de las siguientes páginas: actuar con inteligencia en el empleo de Internet, el ordenador personal o el teléfono móvil no sólo puede simplificar enormemente nuestra existencia, sino tener efectos beneficiosos globales.

¿Seres racionales?

Las cosas están así. La humanidad que habita en la parte rica del planeta, esto es, tú y yo, ha logrado alcanzar en estos momentos una cotas de contradicción tan insólitas como inauditas.

Por un lado, nuestra vida está repleta de artefactos tremendamente sofisticados fruto, como no puede ser de otra manera, de nuestra inteligencia. Por otro, al mismo tiempo, y sin que medie razón aparente de por medio, nuestro comportamiento en plena revolución digital –con sus gadgets, sus lógicas, sus dinámicas y sus tendencias– acostumbra a ser, en su mayor parte, completamente irracional. Esto es, la inteligencia hace gala por su ausencia. O lo que es lo mismo: tenemos la irracional tendencia de no aplicar la razón y la inteligencia en el uso y disfrute del resultado de nuestra razón e inteligencia.

Así, compramos cosas que no necesitamos, malgastamos inútilmente recursos, duplicamos esfuerzos, aplicamos secuencias lógicas a situaciones sin lógica y nos comportamos como insensatos en situaciones perfectamente lógicas. También tendemos a humanizar a la tecnología al tiempo que deshumanizamos a sus usuarios, aplicamos la mística y la superstición a la resolución de cuestiones empíricas y usamos los datos y las estadísticas que estas últimas nos aportan para justificar nuestra sinrazón. Y, lo que es peor, somos tremendamente reticentes a variar las lógicas que mueven nuestros erráticos comportamientos cotidianos.

En este sentido, una de las cosas más ilustrativas (e hilarantes) al respecto son las anécdotas y situaciones insólitas que experimentan a diario todas las personas que trabajan en, o en torno a, el sector tecnológico; por ejemplo atendiendo a clientes o como soporte técnico. Lo paradójico es que la inmensa mayoría de anécdotas relatadas no tratan de casos relacionados con clientes palurdos o ignorantes sino de personas con estudios, con profesiones liberales, con buenos sueldos y tan civilizadas como tú o como yo (en realidad, tratan de nosotros). El problema es funcional. Esto es, en los países industrializados hemos conseguido alfabetizar digitalmente a casi todos los ciudadanos, o a una mayoría de ellos, pero el analfabetismo digital funcional (el que encontramos definido en la cita de Aristóteles con que empieza este capítulo) permanece y afecta por igual a adolescentes, jóvenes y adultos.
En realidad, en nuestras sociedades altamente tecnificadas, informatizadas y sobresaciadas todos tendemos a padecer el «síndrome del hombre de negocios» que tan bien describe el cuento del pescador.

El cuento del pescador

Un importante y acaudalado hombre de negocios (en la mayoría de versiones es estadounidense) contempla el paisaje marítimo en un muelle de un pequeño pueblo (en la mayoría de versiones mexicano o asiático). En ese momento un pequeño bote llega a la costa. En su interior sólo hay un pescador y unos pocos atunes. El hombre de negocios felicita al pescador por la calidad del pescado y le pregunta cuanto le costó pescarlo.

El pescador le contesta «Sólo un ratito, señor».

Entonces el hombre de negocios le pregunta «¿Y por qué no te quedas más tiempo en el mar y pescas más peces?»

El pescador le responde que con lo pescado le basta para sostener las necesidades inmediatas de su familia.

Así que el hombre de negocios le pregunta «¿Pero entonces que haces el resto del día?»

A lo que el pescador le responde «Me levanto tarde, pesco un rato, juego con mis hijos, hago la siesta con mi mujer, y cada noche salgo un rato con los amigos para beber vino y tocar la guitarra. Tengo una vida muy ocupada, señor.»

Así que el hombre de negocios le espeta burlonamente «Pues yo soy MBA (Master in Business Administration) por Harvard y podría ayudarte. Deberías pasar más tiempo pescando y con los beneficios comprarte una barca mayor; y con los beneficios de pescar con una barca mayor deberías comprar más barcas hasta conseguir una flota pesquera propia. En lugar de vender tus capturas a un intermediario deberías venderlas directamente a la fábrica de enlatado y finalmente deberías montar tu propia fábrica de enlatado. Así controlarías el producto, el procesado y la distribución. Para ello necesitarás dejar de vivir en este pequeño pueblo costero y trasladarte a la gran ciudad donde podrás dirigir mucho mejor tu empresa en expansión».

Entonces el pescador le pregunta, «Pero, señor, ¿cuánto tardaría en lograr algo así?»

A lo que el hombre de negocios responde «Entre 15 y 20 años».

«Pero, ¿y después qué?»

El hombre de negocios estalla en una carcajada y le dice, «Luego viene lo mejor. Cuando llegue el momento podrás anunciar tu salida a bolsa y hacerte muy rico. Ganarás millones».

«¿Millones?, ¿y después qué?»

El hombre de negocios le mira con suficiencia y le responde «Entonces podrás retirarte. Trasladarte a vivir a un pueblecito pesquero de la zona costera, levantarte tarde, pescar un poco, jugar con los niños, hacer la siesta con tu mujer, acercarte al bar por las noches y tomarte un vino con tus amigos mientras te diviertes con la guitarra.»

De los libros para tontos a los libros para listos

La parábola del pescador resume a la perfección la estupidez en la que se mueven nuestras vidas. Estamos construyendo un mundo altamente inteligente y, sin embargo, nos comportamos como estúpidos. Probablemente este sea el motivo de que la mayoría de libros que intentan ayudarnos en este proceloso camino nos hayan tratado también, mayoritaria y esencialmente, como estúpidos (recordemos la abundante literatura especializada «para tontos» o «para torpes» surgida en la década de los noventa). Pero en realidad no somos estúpidos. Simplemente no sabemos cómo aplicar el conocimiento en la práctica. Es como si nos hubieran dado un coche y nos hubieran explicado cómo funciona («esto son los pedales, esto el freno, esto el volante y todo ello funciona de tal manera») y nos hubieran descrito con todo detalle el mundo por el que podemos conducir («tenéis carreteras, autopistas y caminos, que pasan por prados, ciudades y pueblos en los que encontraréis personas con distintas culturas, problemáticas y experiencias») pero nadie nos hubiera contado qué rayos significan las señales de tráfico. La conducción sería un caos irracional (y temerario) y dependería en buena parte del azar. Definición muy aproximada de lo que nos ocurre actualmente con el uso del producto de nuestra inteligencia, especialmente los recursos tecnológicos, en la sociedad digital.

Lo que necesitamos no es sólo percibir intelectualmente la realidad y dominar el empleo de sus herramientas sino aprender a enfrentarnos conceptualmente al reto que suponen esa realidad y a esas herramientas. Necesitamos propuestas filosóficas prácticas adaptadas a la vida del siglo XXI, manuales que nos ayuden a comportarnos con sabiduría y prudencia en un entorno altamente complejo y sofisticado que no dominamos.

¿Por qué hacerlo? Por tres buenas razones:

1. En primer lugar, porque es insensato no comportarse con inteligencia cuando se dispone de ella o, lo que es lo mismo: porque no actuar con inteligencia significa actuar estúpidamente.

2. En segundo lugar, porque actuando con inteligencia podemos reducir enormemente nuestro estrés o ansiedad digital, producidos inequívocamente por el endiablado ritmo que complica y sofistica nuestro entorno, y de este modo simplificar (y apaciguar) nuestra existencia.

3. Y en tercer lugar, pero no menos importante, actuar con inteligencia es lo más sensato y rentable porque ello no sólo repercute en nuestra calidad de vida individual sino que tiene un impacto global. En efecto, comprar el modelo de impresora adecuado, enviar los archivos comprimidos a través de Internet o usar el software pertinente a cada tarea puede tener repercusiones planetarias. ¿Cómo? Pues por ejemplo reduciendo el consumo de los tóxicos productos empleados como tinta de impresión, no contribuyendo a la saturación de las redes electrónicas y no favoreciendo actitudes poco éticas que, cuando hay muchos dólares/euros en juego, tienden a explotar nuestras miserias y debilidades.

De este modo, quizás logremos algún día entre todos rebatir la máxima del científico más popular de todos los tiempos: «que la prueba más fehaciente de que existe vida inteligente en el universo, es que nadie ha intentado contactar nunca con nosotros»…

aqui les dejo la pagina para que si gustan la consulten: http://www.almiron.org/otros34.html

1 comentario:

Arturo dijo...

Te recomiendo que leas "Los viajes de Gulliver" de Jonathan Swift.

Cuando Gulliver llega a la tierra de los Houyhnhnm y aprende sobre como ven estas criaturas a los Yahoos (que son como hombres sin "inteligencia"), Gulliver se percata de que realmente se comportan como los otros humanos, los "civilizados", solo que a una escala menor. Entonces, se pregunta si realmente los humanos somos "inteligentes" y no solo criaturas barbaras y destructivas que han llevado sus instintos, gracias a esa supuesta inteligencia, a un contexto superior al de las demas criaturas, llegando a pensar incluso que somos seres superiores.

Bueno, en lo personal me gustó ese libro y aunque parezca raro que lo diga, me pareció bastante congruente la discusión entre Gulliver y los Houyhnhnm sobre la naturaleza humana y lo que en realidad, para ellos, es la razón.

Muy buen libro, la verdad.